* El presente trabajo pertenece a Gerardo Álvarez y está publicado en
http://www.caracara.com.ar/escritos/gustavotrigo1.htmCuando en el último tercio del s. XIX arribaron a Carcarañá hombres de muchas patrias lejanas venidos del otro lado del mar y también de la América del Norte, los que se aposentaron en los terrenos más céntricos, en las quintas cercanas al Río, en el llamado “terreno del Molino” y además en chacras y estancias de la Colonia, se dio la curiosa circunstancia de que los viejos pobladores del lugar deviniesen en virtuales extranjeros en su propia tierra, lo que explica que el barrio en el que éstos se avecindaban fuese denominado “Argentino”. El mismo, que estaba situado al norte de las vías, cobró notoriedad cuando Hilario y Eracilio Monsalvo, dos “hijos del país” que habían tomado por el mal camino, fueron ejecutados en aquellas célebres jornadas de agosto de 1893, luego de una pueblada que lideraron los residentes suizos nucleados tras el imperativo de hacer justicia por mano propia, quienes aplicaron la impiadosa ley de Lynch junto a la tapia del Cementerio Viejo.
Por ese tiempo, entre los vecinos del barrio ya estaban los Verón y también los Trigo, que descendían de algunos de los más antiguos residentes de la comarca. Fue bastante después, a fines de la década de 1930, cuando el matrimonio que unió a Gustavo Trigo con Olga Verón afianzó los vínculos y las relaciones ya existentes entre esas respectivas parentelas y aunque el único hijo del matrimonio, Gustavo Ramón, nació en Rosario el 17 de septiembre de 1940, la familia siempre vivió en el mismo barrio “Argentino” en el que habían morado sus antepasados.
En la cómoda casa familiar, poblada de ausencias queridas, donde Olga Verón de Trigo custodia ahora su memoria, sus trabajos, sus libros y muchas cosas que fueron suyas, se crió Gustavo, quien cursó sus estudios elementales en el cálido ámbito de la tradicional Escuela “Sarmiento”. Y así, en el Carcarañá que tanto amaba, transcurrieron su alegre niñez y sus primeros tiempos de juventud, en los que se apasionó por la guitarra, el baile y las canciones nativas. Alberto Benedetto recuerda emocionado con cuanto entusiasmo ese amigo de adolescencia cantaba a dúo con él la “Zamba de los Mineros” de Gustavo Leguizamón y Jaime Dávalos, en la que Gustavo disfrutaba particularmente al entonar aquella estrofa que dice “Pasaré por Hualfin ¡Me voy a Corral Quemao ¡alo de Marcelino Ríos ¡para corpacharme con vino morao.,.” Pero más allá de ese apego por las cosas nuestras, de su gusto por las picardías y las travesuras, las fiestas, las escapadas al río y también por algunos vicios” cultivados por sus mayores, como los buenos caballos o los gallos de riña bien peleadores, prevaleció en él su innata afición por el dibujo y la pintura que, a pesar de su condición de autodidacta, cultivó desde temprana edad con mucha destreza y sorprendente maestría.
Tal como ocurrió con la mayor parte de los jóvenes de su generación con inquietudes, el arte cinematográfico dejó su indudable impronta, especialmente a través de su lenguaje, sus encuadres, sus ambientaciones o sus géneros, en la formación artística de Trigo. Y así como en las funciones del “familiar” del cine “Español” de General Villegas eran infaltables Manuel Puig, el talentoso autor de “Boquitas Píntadas” y su madre, así también fue habitual la presencia de Olga Verón con su hijo en aquellas inolvidables proyecciones del viejo Cine “Belgrano”, que constituyen un punto de referencia insoslayable cuando se trata de memorar la vida social y las costumbres carcarañenses de ese tiempo...
Durante la década del cincuenta Gustavo estudió en el Nacional de Cañada de Gómez, donde por entonces cursaban el bachillerato o el comercial la mayor parte de los no muchos jóvenes carcarañenses que podían acceder al secundario. Hacia 1955 publicó su primera historieta y algo después, cuando aún no había terminado la escuela media, comenzó a trabajar en una sastrería rosarina, de modo tal que muy temprano se trasladaba a Cañada de Gómez desde allí se iba a Rosario en horas del mediodía y recién descendía en “La Parada” por la noche, trasladándose a su casa situada sobre la avenida San Martín, cerca de ese apeadero, donde su madre lo aguardaba con la cena lista. Un par de años más tarde se radicó en Rosario donde vivía en la casa de sus tíos, en la avenida Corrientes, cerca de la estación Rosario Central y, por ese tiempo, según evoca Benedetto, frecuentaba la vinería “La Tasca” con un par de amigos inseparables, cuyos apellidos eran Ponce de León y Ramunsen.
En esos años juveniles dibujó y pintó mucho, desde 1959 presento trabajos en exposiciones individuales y colectivas en Rosario y más tarde en Buenos Aires y otras ciudades por los que obtuvo varios premios, entre ellos el segundo de la sección dibujo, que fue asignado a su tinta “Las Lloronas” por unanimidad del jurado, en el prestigioso Salón de Pintura y Dibujo de Artistas Rosarinos de 1962 del Museo “Castagnino”. Tras adherir al pop art, cuando promediaban los años Sesenta se radicó en Buenos Aires, concurrió a varios salones en los que sus trabajos merecieron distinciones, y entre ellas se destacó el primer premio en el Anual de Arte Moderno de Rosario de 1964. Por ese entonces adquirieron obras suyas instituciones oficiales y privadas de ésa ciudad y Santa Fe, y fue también al promediar los Sesenta cuando se casó con la psicóloga rosarina Anabel Salafía, madre de su primer hijo, Julián, Radicado luego en Buenos Aires, dibujé para conocidas editoriales, entre las cuales estuvieron Columba, Records, Abril o Atlántida. En ellas ilustré textos de prestigiosos guionistas, contándose entre sus trabajos más recordados “Marc!”, historieta dada a conocer hacia 1970 que narra la historia de un personaje creado por Osvaldo Lamborghini y mereció elogiosos comentarios periodísticos. Su prestigio se afianzó al publicar en “Noticias” sus admirables dibujos para “La Guerra de lo Antartes”, con guiones de Héctor Germán Oesterheld, quedando inconclusa su publicación cuando en 1973 se clausuré dicho diario. Y también ilustro una segunda versión de “Sargento Kirk”, aparecida inicialmente en la década de 1950, con dibujos del recordado Hugo Pratt, y las series “La Maga”, con textos de Eugenio Mandrini y “Serie Negra”, thriller de Guillermo Saccomano, además de otros trabajos de valía, entre ellos “Sherlock Holmes” y “María Vuela”.
En 1998 el mismo Trigo evocó, en un prólogo escrito para la reedición de “La guerra de los Antartes’ que fuera luego publicado el 10 de agosto de 1999 por “La Capital” bajo el título “Recuerdos de un tiempo impuro”, su relación con los admirables autores de esa recordada historieta y de “Marc!”, en un testimonio que sirve para apreciar su buena prosa, su carácter zumbón y divertido y su afición a las carreras de caballos: “Tuve en mi vida la suerte de ilustrar historias de dos grandes escritores: Osvaldo Lamborghini y Héctor Germán Oesterheld. Fui amigo de los dos, pero nunca nos juntamos los tres, ellos no se conocieron. Sin embargo, nos sentábamos en los mismos bares nos preocupaban sucesos parecidos y algunas ilusiones nos eran comunes. Con Osvaldo hicimos “Marc!” allá por el 70. Con Germán una punta de adaptaciones de grandes films para Canal TV, episodios de “Sargento Kirk” e historias de “Sherlock Holmes” para Billiken. Fue en un restaurante de Callao y Corrientes donde Oesterheld me propuso “La guerra de los Antartes”. Me entusiasmó la historia; además por primera vez conservaría originales y derechos, condiciones nada habituales en esos años. Nos conocíamos por las colaboraciones para Editorial Atlántida, pero la tira nos concedió otra intimidad entre los mates y el fragor de la producción; Germán dividía su tiempo: trabajaba en Columba y construía los Antartes de a pedacitos, mientras arrancaba trozos de un pan felipe que le deformaba el bolsillo. Yo dibujaba empeñosamente, sin lograr adelantar demasiado material pues, eran tiras dobles de gran tamaño (confiaba, a la Pratt, en la reducción). Era mi oportunidad, y quería meter todo en ese espacio hasta el punto de cambiar de técnica a la mitad de la historia incorporando una media tinta para indicar el deterioro de la zona en conflicto. Una tarde, mientras trabajábamos en el pequeño estudio de la calle Honduras, Germán me dijo ‘Cuando ganemos seremos al fin más respetados’, Entonces, por hacerle una broma, lo arrastré hasta el hipódromo de Palermo donde, desde la tribuna de paddock, vimos a Eduardo Jara ganar una carrera imposible.”
Pero ese breve relato devela además, en el párrafo siguiente, los peligros que él y sus amigos artistas o intelectuales, como Héctor Oesterheld, quien también compartía con Trigo la militancia peronista, corrían a diario en la intolerante y represiva Argentina de entonces: “Eran tiempos difíciles, durísimos, impuros, y todos caminábamos con una culpa intangible por aquella Buenos Aires. Después todo se aceleró y clausuraron el diario, me tomé un tren a Rosario creyendo que era un confin... A Oesterheld lo perdí de vista hasta que me llamó y no citamos. No lo reconocí: se había dejado crecer un bigote que no le cuadraba... Convinimos en que yo me haría pagar las colaboraciones que hacía para una editorial y le entregaría el dinero en algún bar. Así nos citábamos en bares de Almagro, Palermo o Belgrano: sus razones y sus desvelos y tal vez su miedo sobre la fórmica.”
A fines de la década de 1970 Trigo se estableció en Italia, y con su segunda mujer, la uruguaya Miriam Carrasco, tuvo otra hija, Nicoletta, trabajó para la importante editorial “Lancio Stories” y allí dio a conocer ‘Citta di Notte 1983, con relato de Alberto Ongaro; “Dylan Dorg”, 1986, de Tiziano Sclavi; “Mack”, 1987, de Carlos Trillo y en 1989, sobre textos propios, “Milton Krapp”. Mientras tanto su propio hijo, Julián, ahora residente en Nueva York, al promediar los Noventa comenzó a abrirse camino también como artista, ya que presentó elogiadas muestras en grandes ciudades de América, como San Pablo, Virginia, Washington, Nueva York, México y Buenos Aires, y además en varias del Viejo Mundo, entre ellas, París, Oslo, Estocolmo, Amsterdan y Londres, todas las cuales se realizaron en afamados museos, galerías y centros de arte de esas importantes capitales.
Trigo regresó varias veces al país para visitar a su madre y falleció en Roma el 28 de julio de 1999. En ese triste momento “La Capital” de Rosario le dedicó una bien documentada nota en la que su cronista decía que “entre la pintura y la historieta, Gustavo Trigo construyó una obra poco conocida, que recorre algunos de los grandes momentos de la historieta nacional.” Su tan temprana y dolorosa desaparición no pasó inadvertida en Carcarañá gracias a esa nota de “La Capital”, a otras más breves de medios porteños y a un sentido adiós titulado “Una deuda con Gustavo Trigo”, que el plástico local Juárez Conde le dio desde el periódico “El Planeta del 2000”. Este dibujante carcarañense, que se había sorprendido en su infancia al saber que uno de los historietistas de la revista Tít-Bits” era de su pueblo, entre otras atinadas reflexiones señaló que “Gustavo Trigo está vivo en sus obras, en la memoria de los que disfrutamos de su estilo realista, de temática policial, suspenso o western” y que los carcarañenses debían saldar la deuda que tenían con él, porque se había hecho acreedor a “un respetuoso y merecido homenaje, ya que muy pocos en la ciudad conocen su trayectoria y reconocimiento a nivel mundial como un grande del “comic”...
Ahora, cuando han transcurrido ya más de dos años desde ese adiós sin retorno, gracias a que Olga Verón de Trigo facilitó generosamente los valiosos dibujos y pinturas de su hijo que conserva con tanto cariño para que pudiesen ser apreciados por sus convecinos, la retrospectiva de Gustavo Trigo que presentan Centro 3-Biblioteca “Pizzurno” y la Fundación Independencia, además de tener el carácter del respetuoso y merecido homenaje requerido por ese grande del “comic”, contribuirá a que comience a saldarse esa deuda y permitirá también a la gente de la ciudad, en la que él tanto disfrutó de sus frescos y dorados años de infancia y adolescencia, redescubrir y valorar la obra de un artista singular, seguramente el más destacado y trascendente que pueda rescatar la memoria colectiva de los carcarañenses.
Centro de Estudios Culturales de leones, Pcia de Córdoba.